Muy buenas amigos!

Hoy escribo este post tras las reflexiones que he tenido con mi almohada después de dar hace unos días mi taller “Libertad y Límites” basado en los principios de la Pedagogía Montessori.

A estos talleres siempre acuden grupos de mamás con peques de diferentes edades y cada una está atravesando por diferentes desafíos de la crianza.

Por ejemplo, es muy común la crisis que se da hacia los dos años, los “Terrible Twos” como a veces dicen, fase en la que los niños se revelan por todo, se les coloca el famoso “NO” en sus pequeñas boquitas y comienzan a retarnos y explorar los límites. Seguro que te resulta familiar, ¿verdad?

Las crisis del desarrollo

Esta etapa que ocurre hacia los dos años es conocida a veces por la de las “rabietas” o explosiones emocionales, (no me gusta mucho la primera palabra la verdad), pero si entendemos su importancia en el desarrollo del niño podremos afrontarla desde el amor y el respeto, (ya escribí sobre ello en este otro post sobre las temidas rabietas).

Es una fase muy necesaria y de hecho es cuando ocurre una de las crisis evolutivas más interesantes en la infancia del niño: la de auto-afirmación. Comienza cuando empiezan a utilizar la palabra “no” entre los 18 y 20 meses, y termina una vez que la palabra “yo” aparece en su vocabulario, entre los 32 y 36 meses. El bebé pasa a convertirse en niño, llegando a una etapa muy importante del desarrollo de la identidad personal, y culminando con la conciencia de que es un ser humano individual y único.

En realidad, durante los primeros 3 años de vida ocurren cuatro crisis evolutivas y esta es sólo una de ellas, (quizá la más conocida), si te interesa saber más sobre este tema te recomiendo leer este estupendo post de mi compañera Cristina Tebar de Montessori en Casa.

También pueden darse otras crisis debidas a acontecimientos o circunstancias en la familia tan comunes como por ejemplo la llegada de un hermanito, que sin dudas hace que el que había sido hijo único durante toda su vida se sienta ciertamente “destronado“.

En nuestro caso por ejemplo la mayor se lleva unos cinco años con el bebé, vivió el embarazo con mucha ilusión, el parto con un poco menos y durante el primer año comenzó a desplegar todo su amor, pero una vez que el pequeño comenzó a estar más despierto, a interactuar con la familia y hacer “monerías” a ella empezó a hacerle menos gracia, y es algo totalmente entendible.

Cómo establecer límites de la mejor forma posible

Ya he contado en otras ocasiones las bondades de la Disciplina Positiva, para mi la verdad fue todo un descubrimiento y después de hacer un curso y leer el libro de Jane Nelsen voy poco a poco intentando poner todo en práctica. Lo más difícil sin duda es cambiar nuestros propios patrones y a veces cuesta enormemente replantear nuestro modo de actuación que nos sale casi “en automático”.

Por ejemplo, el intentar explicar los límites de forma positiva es algo que cuesta muchísimo, pero si lo logramos tiene excelentes resultados. Piensa un instante, si yo te digo “no imagines un elefante rosa con alas“,¿qué está viendo tu cerebro? Exactamente un elefante rosa con alas. Lo mismo pasa si al niño le decimos “no pegues“, o “no entres a la cocina, o “no cruces sin darme la mano“. Es mucho más efectivo si eliminamos el no de nuestras indicaciones, ya que para el cerebro del niño cuesta un gran trabajo “descodificarlo“, por tanto podemos decir “tocamos suave“, “si entras a la cocina papá o mamá te acompañamos“, o “para cruzar nos damos la mano“.

También es importante explicar que los límites proporcionan seguridad y que cuando los establecemos tienen un por qué, (no toques la puerta del horno que quema, no metas los dedos en el enchufe, etc). Me parece algo crucial que el niño entienda que no los ponemos por capricho y que siempre hay una razón detrás, (podemos adaptar la explicación a su edad). De este modo a la larga se irá formando un criterio propio y desarrollando su pensamiento crítico. Así, evitaremos caer en que el niño “obedezca” por miedo, o porque los mayores mandan. En este sentido recomiendo mucho leer sobre la indefensión aprendida y sobre el experimento Milgram.

Y no olvidemos que la mejor forma de que los límites se respeten es cuando son acordados, por ejemplo, se pueden discutir en una reunión familiar, tal y como se fomenta en la Disciplina Positiva, integrando a los pequeños para desarrollar su sentido de pertenencia. Además, los límites han de ser iguales para todos, si decimos que en casa se trata con respeto a todos los miembros de la familia, pues luego no debe pasar que mamá y papá se griten delante de los peques.

¿Y qué podemos hacer ante una explosión emocional que se nos va de las manos?

En primer lugar recomiendo siempre trabajar en las emociones cuando todo está en calma, de este modo tendremos algunas herramientas para poder utilizar en los momentos difíciles. Podemos leer cuentos,  jugar a las emociones, explicarles cómo funciona su cerebro de forma sencilla y visual a través del modelo  “el cerebro en una mano“, o enseñarles recursos como el juego del silencio y el frasco de la calma.

Debemos tener siempre en mente que nosotros somos los adultos, esto es a veces difícil porque las emociones se “contagian” fácilmente a través de nuestras neuronas espejo. Si entendemos el funcionamiento del cerebro de nuestros pequeños podremos acompañarles de forma respetuosa en estos momentos de crisis validando siempre sus emociones, (aquí puedes leer el post que escribí sobre cómo afrontar las rabietas desde el amor y el respeto).

Y recordar que no sirve de nada gritar o sermonear, que puede ser que veamos efectos a corto plazo si amenazamos, castigamos o mandamos al niño a su habitación, pero realmente no se está produciendo un aprendizaje, ya que el cerebro “se desconecta” en estas situaciones, (aquí puedes leer otro artículo).

Y un recurso que nunca falla es el abrazo. Cuando el niño entra en una explosión emocional de la que no sabe salir aumentan las hormonas del estrés en su cuerpo, (como el cortisol por ejemplo), y una excelente forma de intentar sacarle de ese estado es buscar la conexión, y si puede ser física mejor, ya que sobre todo con el sentido del tacto podemos favorecer la secrección de oxitocina, la hormona del amor. Ponerlos a su altura y mirarle a los ojos, decirle que entendemos como se siente, que estamos ahí para acompañarle..

Antes que intentar abrazarles nosotros, (ya que podrían sentirse invadidos y mostrar aún más rechazo), una cosa que nunca suele fallar suele ser esta: “necesito un abrazo“. Puede ser que en ese momento el niño no entienda nada, pero esto le hará salir poco a poco, y darse cuenta de que en su mano está aliviar la situación, aumentará su sentido de pertenencia y lo hará de muy buena gana cuando se sienta preparado si respetamos su tiempo.

¿Qué te parece? ¿Lo has probado alguna vez? ¡Me encantará leerte en los comentarios!

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Mientras llega el día, aquí te dejo más artículos para que puedas seguir leyendo:

 

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